domingo, 5 de septiembre de 2010

CAPÍTULO XXXIII. El regreso

Escribo ya desde Azuqeca de Henares (España), en un viaje maracado por los prejuicios policiales, tanto en DF como en Madrid. Todavía allí me tocó someterme a un primer registro en la aduana de mi mochila de mano y mi bolsito pequeño, algo que al resto de pasajeros no hicieron. Una vez ya iba a embarcar, dentro de tunel que conduce al adentrarte en el avión, vinieron tres policías federales y más de lo mismo. De nuevo me registraron mis dos bultos, me acribillaron a preguntas, y aún más, me dijo uno de ellos: levanta las manos. Imaginaros yo en la puerta del avión prácticamento, de espaldas, con tres federales cacheándome y todos los pasajeros asustados pensando cualquier cosa sobre mi.

El viaje fue mejor de lo previsto, consguí dar un par de cabezadas y se me hizo algo más ameno, además que soplaba viento a favor y aceleró una hora prácticamente las horas del vuelo. Al llegar a Madrid más de lo mismo, al salir, todos enseñaban su pasaporte y pasaban directos, a mi sin embargo, me agarra mi pasaporte y empieza a teclear algo en su ordenador, mientras me hace varias preguntas, que siempre son las mismas: de dónde vienes, qué hacías allí, con quién, a qué te dedicas, etc. Ya estaba bastante incómodo por ser al único que paraban de todos los vuelos que venían de Cuba, NY, Miami... Para finalizar y cuando creía que ya estaba todo, después de esperar 45 minutos mi maleta, voy a salir y veo a mi madre ya esperándome, y justo aparecen dos de la Guardia Civil y con voz de leer pocos libros me dice: "campeón, vente con nosotros". Lo que me faltaba, les digo que ya estaba un poco cansado que me había retenido ya tres veces, pero ni caso. Me agarra las maletas y mi equipaje y las pasa por la cinta mientras me hace el mismo cuestionario de las veces anteriores. Nose porqué vio algo raro en las maletas, y me preguntó qué llevaba. El tipo ya uqería molestar un poco, porque lo que había visto raro eran dos vinilos que le he comprado a mi hermano, y nose qué peligro puede suponer eso. Pobres diablos perdiendo el tiempo conmigo mientras la gente que va con traje, corbata y gomina son los más debería de registrar.

En casa todo me parecía raro, una sensación indescriptible cuando he entrado en mi cuarto, parecía que estaba todo cambiado, nada me parecía igual.

En definitiva me he puesto "hasta el culo" de comida como no podía ser de otra forma, y he pasado una tarde tranquila conversando con mi familia y con Jorge, que es como si lo fuera.

Azuqueca y DF, la cara y la cruz de una moneda.